Presentación

Las otras voces de Israel y Palestina Este blog nace de un proyecto entre y -dentro de Las otras voces de Israel y Palestina - con el fin de visibilizar el trabajo de organizaciones israelíes y palestinas para rematar el conflicto y conseguir igualdad de derechos. Explicar sólo estas iniciativas dejaría a alguien ajeno a la situación de Gaza y Cisjordania sin comprender el escenario. Por ello, esta bitácora incluye también historias personales de ambos lados con el fin de que el conocimiento entre todos mantenga fuerte el diálogo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Una mujer que mueve el mundo con sus manos

L. Pérez

Jean E. Calder, (Dr. Jean para la mayoría), camina despacio por las calles de Kan Younis. Tiene que guiar a Dalal y a Badr por las aceras si las hay, sortear obstáculos y cruzar una carretera en pésimo estado en la que los coches circulan a velocidades temerarias, todo ello sin luz. Eso no son problemas para ella, ni siquiera llegan al rango de dificultad. Ninguna vida parece completa al lado de la de esta mujer australiana, impulsora del Centro de Habilidades de Desarrollo de la Media Luna Roja en Gaza, unas instalaciones de referencia que tuvieron su origen en un garaje. De ellas se benefician, diariamente, unos 500 niños discapacitados.

Dalal (izquierda) y Doctor Jean en una cafetería.

Doctor Jean nació en Queensland hace 74 años. En 1980 cambió radicalmente su forma de vida: se trasladó a Líbano con el objetivo de trabajar con exiliados palestinos, un pueblo que siempre había sentido cercano. En el libro autobiográfico “Where the road leads” (Donde conduce el camino), recoge un encuentro que cambió su vida. Antes de viajar a Beirut vio por el televisor a un pequeño con parálisis cerebral que se encontraba en un hospital de la Media Luna Roja. Casualmente, llegó a conocer a aquel niño que la había convencido “para elegir el camino que me llevaría a Medio Oriente”. Era Hamoudi. “Él y otros dos chavales discapacitados se convertirían pronto en el centro de mi vida”, relata Dr. Jean.
La mujer a la que el fundador de la Media Luna Roja Palestina, Fathi Arafat (hermano de Yasser Arafat, presidente de la Autoridad Nacional Palestina) encargó impulsar el centro Al Amal explica que en su mente ya no hay espacio para recordar el dolor que causan las guerras y los conflictos armados: “Simplemente no lo entiendo”, cuenta desde la experiencia. Antes de llegar a la Franja de Gaza ya había sido deportada, rescatada por las fuerzas internacionales y se había hecho cargo de esos tres niños: Hamoudi, Dalal y Badr. De Hamoudi ya solo le quedan recuerdos, alguna fotografía y un cuadro familiar que preside el salón de su vivienda. Falleció hace alrededor de dos años.

J. Calder en las instalaciones del Centro de Rehabilitación.
Tiene tanto que contar que podría escribir tres tomos de “Where the road leads”. El dolor padecido hiela la sangre a quien la escucha; la ilusión que conserva por ayudar al pueblo palestino y el sueño de un estado independiente son un ejemplo de coraje y tenacidad. La cadencia de su voz parece restar importancia a acontecimientos que destrozarían los nervios a cualquier ser humano. Dr. Jean recuerda un episodio que deja claro el sufrimiento de Dalal (su hija ciega) y Hamoudi (su hijo mayor, con parálisis cerebral): “Cayó una bomba en el hospital. Dalah y otros niños estaban en el balcón. Hamoudi fue gravemente herido. Ya era discapacitado, pero tuvimos prácticamente que extirparle la nariz y le quitamos su ojo. Otra gente se murió en ese ataque. Dalal estaba allí, y quedó enterrada. De hecho no pudo andar durante una semana”.
Dr. Jean (Finalista del Premio australiano del año 2011 en la categoría senior) está acostumbrada a que halaguen su trabajo, aunque a Israel  no le guste. No puede abandonar la Franja de Gaza. Lo suyo es la ilusión; así remata su libro: “Mientras estoy con el pueblo palestino, tengo capacidad de recuperación y esperanza; ruego y espero para que surja la cultura de la paz en lugar de la actual cultura de la guerra”.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Árabes e israelíes que sueñan con la paz (I)

L. Pérez-Pontevedra
Reportaje publicado el domingo, 28 de noviembre, en Diario de Pontevedra
El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU acordó dividir Palestina en dos estados. Equivocada para muchos y adecuada para otros, la decisión provocó un conflicto que demasiado a menudo estalla y salta a las portadas de los periódicos y a los telediarios. Mañana se celebra el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. Importantes mandatarios del mundo trabajan en busca de salidas al enfrentamiento; aunque apenas se cuenten sus historias, muchos ciudadanos israelíes y árabes también luchan por la paz.


Hashem Yamani sentado en su sofá, delante de su sexta casa. Las anteriores fueron derruidas por Israel.
Foto: Pelu Vidal

El sofá de Hashem Yamani no está en su casa. Un velo de provisionalidad cubre su actual y sexta vivienda, que sustituyó a la quinta, que había reemplazado a la cuarta, que había hecho lo mismo con la tercera…  Es una de las miles de víctimas de la política de demoliciones que practica el Gobierno de Israel. Sentado en su sofá, al aire libre, encomienda su suerte a un olivo plantado al lado de una piedra en la que alguien talló versos del Corán. Confía poco en el futuro y tiene en la mente bulldozers que destrozan fachadas. Hay muchos casos como el suyo, injusticias por las que mañana, al igual que cada 29 de noviembre, se celebra el Día Internacional de la Solidaridad con el Pueblo Palestino. Pero, ¿quién defiende a Hashem Yamani sobre el terreno?
Somos cuatro los periodistas de Agareso (Asociación Galega de Reporteros Solidarios) que nos movemos por los Territorios Palestinos. En ocasiones, el equipo se divide en parejas. Todo cambia en Nabi Saleh, un pueblo que cada viernes se llena de humo, de coches de bomberos y de ambulancias. Nos vemos obligados a dividirnos, a correr por separado, a escondernos. Hay que escapar de las bombas de gas lacrimógeno que los soldados israelíes emplean para disuadir una manifestación contra una colonia judía. La población protesta contra el muro de la vergüenza y la “asfixia” a la que se ve sometida. El ejército responde con contundencia: toma algunas casas, provoca pequeños incendios en otras, amenaza al fotógrafo de Agareso y consigue que algunos lloremos por los gases lacrimógenos. Acusamos también la tristeza que provoca la incomprensión entre los pueblos. ¿A alguien le importa Nabi Saleh?
Ramallah, Jerusalén, Hebrón, Gaza… Los Territorios Palestinos esperan; en algunos  lugares, el peso del pasado tensa la calma. Sucede en Jenín, símbolo de la Intifada. En una esquina hay una furgoneta quemada. Mohammad Nasser Alaeay la conducía en 2002, cuando fue objeto de un ataque del ejército israelí. En su interior no había armas… Era más que una furgoneta: se trataba de una ambulancia de la Media Luna Roja. El conductor relata lo ocurrido. Al principio de nuestra conversación está ubicado debajo de la fotografía de un hombre de mediana edad. Era el médico que viajaba en la ambulancia, que nunca llegó a su destino porque se cruzó con un tanque. Los militares obviaron la legislación internacional. Dispararon y mataron a cuatro personas: el doctor y otros tres miembros de la Media Luna. En la mano de Mohammad, dos dedos menos; en la piel, quemaduras graves; en la mente, el horror de la Intifada de Al Aqsa vivida en primera persona. “Sabían que era ayuda humanitaria. Lo sabían”, manifiesta. ¿Quién se acuerda de la Convención de Ginebra?
Una mujer cruza un punto de control de Israel.
Foto: Pelu Vidal

Los Territorios Palestinos son una sucesión de puntos de control (checkpoints) de Israel. Fijos y móviles, impresionan a quien no está acostumbrado a vivir entre metralletas. Con el muro, conocido por buena parte de la comunidad internacional como “El muro de la vergüenza”, forman un tándem cuya presencia tensiona la musculatura. Los bloques de cemento, las alambradas de espino y las torretas de vigilancia se extienden durante cientos de kilómetros. ¿Hasta qué punto se conocen los checkpoints?
Alguien habla en una oficina del centro de Jerusalén mientras Hashem Yamani observa los escombros de sus antiguas viviendas desde su sofá. Es Jeff Halper, corresponsable del Comité Israelí Contra las Demoliciones de Casas, una organización que se opone pacíficamente a los derribos de viviendas palestinas. Halper (postulado para el Premio Nobel de la Paz en 2006) es tremendamente crítico con el Gobierno de Israel, con el gobierno de su propio país, que desde 1967 ha demolido unos 24.000 hogares. ¿Por qué sigue adelante? Porque cree en una solución de consenso. Y cada persona que sube al autobús del Comité Israelí Contra las Demoliciones de Casas  que circula por Jerusalén y que no tiene nada de turístico, aprende algo que no sabía sobre condiciones de vida de los árabes en Jerusalén. Y esa persona se convierte en un altavoz. Y así, de boca en boca, se prepara el terreno para la paz. Jeff Halper sí defiende a Hashem Yamani.  

Árabes e israelíes que sueñan con la paz (y II)


Un grupo de mujeres protesta ante los soldados en el pueblo de Nabi Saleh.
Foto: Pelu Vidal


Halper conoce a Rami Elhanan. Les une su nacionalidad israelí y la búsqueda de soluciones a un conflicto que dura ya demasiado tiempo. Elhanan apenas sabía nada del pueblo palestino hace 15 años. La muerte de su hija de 14 en un ataque suicida cambió sus planteamientos vitales. En The Parent’s Circle comparte sus miedos y recuerdos con árabes que han perdido a seres queridos en el conflicto palestino-israelí. A Rami Elhanan, por ejemplo, sí le importa lo que sucede cada viernes en Nabi Saleh.
Los reporteros de Agareso viajamos de la mano de Asamblea de Cooperación por la Paz (ACPP) para dar a conocer el trabajo que esta ONG, en colaboración con otras organizaciones, realiza a favor del diálogo. A finales de octubre, José Ruibérriz estaba a punto de dejar atrás su etapa como jefe de misión en Oriente Medio de ACPP para hacerse cargo de un puesto en otra zona del mundo. A José sí le importan la Convención de Ginebra, los checkpoints, el muro construido por Israel y muchas otras realidades del lugar.
Un niño ante el "muro de la vergüenza".
Foto: Pelu Vidal
“Me voy y pienso que esta vez sí, que se va a encontrar una fórmula… Pero también me doy cuenta de que soy un optimista patológico. Si no se llega a un acuerdo en el marco de estas negociaciones volveremos a la violencia”. Fue la implicación la que llevó a José Ruibérriz a trabajar por la paz, y fue la necesidad de paz la que le condujo a tratar con israelíes y palestinos cada día. “Dejé atrás muchas de las ideas con las que vine. Creo que la mayoría de los israelíes desean una solución pacífica. También abandoné esa idealización de la Intifada que hay en España y en Europa. La Intifada ha traído muchísimo sufrimiento a los palestinos, más del que pueden tolerar. Me cuesta muchísimo gritar Intifada, porque sé lo que representa para mis amigos, para la familia de mis amigos y los hijos de mis amigos”.
Como José Ruibérriz, Ashraf Khader sabe lo que los levantamientos populares conllevan para su pueblo. Toda su familia es refugiada. “Lo más duro es la situación en la que viven las pesonas”, manifiesta este palestino. “Resulta muy difícil tener trabajo y mantener a tus seres queridos. Y, además, sientes que has perdido la tierra”. En su momento, todos esos pensamientos llevaron a Ashraf Khader a la primera línea de combate de la Intifada; intentó calmar su rabia a base de pedradas dirigidas contra los soldados israelíes. Perdió a un amigo en el camino y se dio cuenta de que las piedras no conducen a la paz.
Este cooperante, de 33 años, forma parte de Combatants for peace, una organización que integran palestinos e israelíes que en su día participaron activamente en la lucha entre ambos pueblos. Ashraf Khader trabaja codo a codo con quienes en su día fueron sus enemigos para alcanzar la paz. Durante un paseo cercano al punto de control de Qalandia, Ashraf Khader explica lo doloroso que es para los palestinos tener que convivir con un muro de ocho metros de alto. Para romper con el monótono cemento y dejar claros sus sentimientos, un artista dibujó a Yasser Arafat, icono del pueblo. La actividad a favor del diálogo llevó en su momento a este palestino a dar un ciclo de conferencias en España. “Lo más extraordinario es la libertad, sin puntos de control ni muros. También es extraordinaria la tristeza que sientes al volver”.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Reverso: ¿Hacia una tercera Intifada?

Vecinos de Nabi Saleh en una protesta pacífica que acabó con lanzamiento de bombas
de gas por parte del Ejército israelí. Octubre 2010. Foto: Pelu Vidal


Mar Mato


Hace cinco años que ni Israel ni Palestina viven una Intifada. Sin embargo, muchas voces consultadas por Agareso consideran que no falta mucho para una tercera edición.

Palestinos civiles en la calle lo aseguran: "Es inevitable y está muy cerca", señala un árabe que habita en Jerusalén y cuya identidad guardamos en el anonimato. Otro ciudadano de los territorios ocupados coincide: "Si las cosas no cambian, no hay otro camino".

En el lado israelí, dentro incluso de las organizaciones que trabajan con ACPP segundo a segundo para lograr el diálogo con los palestinos y construir un camino hacia la paz desde acciones no violentas, también creen que la Tercera Intifada está a punto de nacer.

La percepción de que vaya a acontecer no se siente al pasear por calles de Jerusalén, Jenin, Ramallah, Gaza, Hebrón o Belén. Al contrario, tranquilidad, es lo que percibe en ellas, incluso alegría de vivir; pero se trata de una tranquilidad aparente.

En los días finales de octubre, Palestina no olvidaba que hace una década daba comienzo la Segunda Intifada en la que fallecieron unas 6.700 personas, de las cuales, el 82 por ciento eran palestinos. Tampoco podían borrar de su mente cómo había comenzado la Primera Intifada, como una demostración de descontento popular. Las asociaciones pacifistas como las pertenecientes a la Coalición de Madrid de ACPP saben que el reloj corre en su contra. En la agenda de los políticos, la palabra paz aún no se ha escrito con mayúsculas.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Reverso: Los miedos de Israel


Los cuatro integrantes de la expedición de Agareso. De izquierda a derecha: Mar Mato (redactora); Hugo Fernández (operador de cámara); Luisa Pérez (redactora); y Pelu Vidal (fotógrafo).


 L. Pérez

El equipo de Agareso envió a Israel y a los Territorios Palestinos ya está en Galicia. Nuestro regreso no ha sido fácil. Los últimos tres integrantes de la expedición que permanecíamos en terreno partimos del aeropuerto de Ben Gurion (Tel-Aviv) el domingo. Sabíamos que tendríamos que responder a varias preguntas antes de coger el vuelo. Pero no nos imaginamos que la seguridad de Israel tendría tanto interés en revisar nuestro material y en conocer detalles de nuestras vidas que en absoluto le conciernen.

Israel convierte el famoso “¿tiene usted intención de matar al presidente de Estados Unidos?”  en una broma infantil. Nos asusta la frialdad con la que nos tratan . Respondemos a una primera tanda de preguntas. Después nos separan para ver si nuestras versiones sobre el objetivo de nuestro viaje coinciden:

-          ¿En qué ciudad te alojaste?
-          ¿Qué lugares visitaste?
-          ¿Cuál es el fin de vuestro viaje?
-          ¿De qué conoces a tus dos compañeros? ¿Qué relación tienes con ellos?

Ninguna de estas cuestiones nos sorprende. Sí las siguientes:

-          ¿Con quién vives en España?
-          ¿A qué te dedicas?
-          ¿De qué vives?
-          ¿Cuándo fue la última vez que tuviste un trabajo fijo?
-          ¿Llegaste a Israel con las preguntas ya preparadas para las entrevistas?
-          Detállame día por día lo que hiciste. ¿No tienes un calendario de trabajo?
-          ¿Con quién hablaste en Gaza?
-          ¿Puedes enseñarme las notas que tomaste en Gaza?

Tras la tanda de preguntas, nos conducen a una sala en la que prosiguen el interrogatorio. Nos informan de que Hugo Fernández tendrá que facturar su cámara y de que Pelu Vidal y yo tendremos que hacer lo mismo con nuestros ordenadores.

-          Nuestro material es importante.
-          ¿Y?
-          Que nuestro material es importante.

Les da absolutamente igual. Son siete, ni más ni menos, las personas que se están encargando de revisar todo nuestro material. Nunca pensé que se le podrían dar tantas vueltas a una mochila. También nos cachean; no se quedan solo ahí: me obligan a bajarme los pantalones. Rompen mi intimidad sin suficientes razones para hacerlo. Cuando regreso con mis compañeros veo un trasiego constante de integrantes del cuerpo de seguridad israelí. Se desplazan con nuestros odenadores y nos mandan encenderlos: “I want to know it your computer works”. Me hacen encender el skype en un ejercicio de control que me desespera, también para “I want to know it your computer works”.

Empiezan a circular con cajas blancas para que metamos en ellas los portátiles. Separan las baterías de Hugo de la cámara para que pasen por un control especial. Llevamos más de dos horas aquí dentro y empezamos a preocuparnos por el horario de salida de nuestro vuelo. Ni siquiera hemos podido dirigirnos a los mostradores para coger las tarjetas de embarque.

Los efectivos de seguridad israelí acaban con su pantomima. Hugo y Pelu han conseguido sacar de Israel el disco duro que contiene los vídeos y las imágenes. Estamos agotados y enfadados. Un joven nos conduce con rapidez al avión; una empleada de las líneas aéreas nos informa de que llegamos tarde al embarque mientras pesa nuestras maletas y las cajas con nuestros ordenadores.

Varias horas después llegamos a Vigo. A Pelu le faltan su ordenador y su mochila y a Hugo su ordenador.  Su cámara de vídeo está rota. A mí me falta el cargador del portátil, pero pasa un día entero hasta que me doy cuenta.

Israel dice que tiene miedo al terrorismo, pero también tiene miedo de las palabras y de las imágenes. Qué triste.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Baloncesto en el campo de refugiados

El club de baloncesto para gente con discapacidad de Jenin, en un entrenamiento junto
al campo de refugiados de la ciudad. Foto: Pelu Vidal


Texto: Mar Mato

En la ciudad palestina de Jenin, hay un campo de refugiados con 14.000 personas que nació en los años 50. En uno de sus espacios, sobre una cancha de baloncesto, Mohammad Abed -un palestino de 25 años de edad con paraplejia- entrena dos días a la semana con otros jóvenes de la zona. Su meta es crear un equipo fuerte para competir a nivel nacional e internacional.

"Este -explica Hisham Arabkabeya, coordinador de las actividades del club- es un club para personas con discapacidad. Lleva funcionando desde hace dos años de forma irregular pero ahora vamos a organizarlo mejor dando servicios y material a los deportistas con un entrenamiento regular. Queremos que entren en competición".

Para Mohammad Abed, el baloncesto es su deporte favorito aunque en la carrera en silla de ruedas haya ganado diversos trofeos. El entrenador tiene buenas expectativas: "Tiene potencial para ser un jugador destacado en el equipo en el futuro con posibilidad de participar en la liga nacional e internacional".

Ante la pregunta de si Mohammad se siente libre en el baloncesto, él asegura que sí. Tanto él como el resto de sus compañeros parecen felices ante la canasta. Años atrás, el pasado no pintaba tan alegre, con bombas, intrusión de militares en la ciudad. Era la Segunda Intifada. Por culpa de la represión militar a modo de balas y cañonazos, el número de gente con discapacidad se disparó en la ciudad. La mayor parte de los jugadores del club presentan ahora una discapacidad como consecuencia del conflicto. La Media Luna Roja, con el apoyo de ACPP, busca dar atención y servicio a esta población.

Una madre contra los prejuicios de la paraplejia

La madre de Mohammad lo espera a su llegada a casa. Foto: Pelu Vidal

Texto: Mar Mato

Cuando Mohammad nació, su madre, lejos de recibir la simpatía del personal del hospital y de sus vecinos, sintió el dolor de "consejos" que le decían que "lo aislara, que lo dejara sólo en un cuarto". Mohammad había nacido con espina bífida y, por lo tanto, paraplejia.

"Me dijeron -explica la madre del joven- que tenía un problema en la columna, que sería parapléjico. Me quedé sorprendida cuando recibí consejos de la gente diciéndome que lo dejara en una habitación solo, que nadie del pueblo lo viese; pero rechacé todo eso porque hacerles caso tendría efectos psicológicos en él y en mí. Para evitar esto, lo introduje en la sociedad, lo metí en muchas actividades para evitar que fuese estigmatizado, lo llevé todos los días al colegio para que estudiase".

En la actualidad, Mohammad Ra´oof Abed cursa el tercer año de estudios universitarios en Trabajo Social. 


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domingo, 31 de octubre de 2010

Una discapacidad sin límites en Palestina

Texto: Mar Mato

Jenin (Yenín) es una ciudad que destacó años atrás por ser el principal lugar de procedencia de los palestinos que realizaban ataques suicidas con bombas y por ser asediada por las fuerzas militares israelíes en 2002. El joven Mohammad Ra´oof Abed, vive en un pueblo de este distrito, en Cisjordania. Lleva, desde que abrió por primera vez los ojos al mundo, 25 años luchando contra la espina bífida.

Mohammad nació con esta discapacidad pero -a pesar de ella y gracias al empeño de su madre por llevar una vida normalizada- en la actualidad realiza estudios universitarios, juega al baloncesto, es voluntario de la Media Luna Roja, -con la que colabora ACPP- e incluso tiene tiene tiempo para echar partidas a las cartas y fumar con sus amigos en su bar preferido de la aldea.

Mohammad, jugando a las cartas con sus amigos en una animada tarde. 
Foto: Pelu Vidal


Sus principales problemas radican en el desplazamiento por el centro de la ciudad (sin aceras adaptadas para él que lo obligan a desplazarse por el medio de la calle) y el acceso a su dormitorio en la vivienda de sus padres. El cuarto se encuentra en un segundo piso al que accede él mismo sin ayuda. Realizar reformas en la vivienda para adaptarla es imposible para su familia campesina. La Autoridad Nacional Palestina tampoco se hace cargo de la obra.

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sábado, 30 de octubre de 2010

El conflicto en las carreteras

Un grupo de soldados pasea por una playa del Mar Muerto.
Foto: Pelu Vidal
L. Pérez/Ramallah

Llegar a la playa del Mar Muerto desde Jerusalén es relativamente fácil. El regreso es mucho más complicado porque en Israel apenas hay carteles que indiquen cuál es la dirección que debe tomar un viajero para dirigirse a una ciudad de los Territorios Palestinos. El equipo de Agareso ha recorrido cientos de kilómetros a bordo de un coche de alquiler sin sufrir ningún sobresalto hasta el momento.


La matrícula del coche no es blanca­. Aquí hay que optar por un color: una placa amarilla nos permite movernos por Israel y por los Territorios Palestinos. Nuestra capacidad de movimiento se vería muy mermada con una verde, porque únicamente podríamos desplazarnos por las ciudades árabes y su entorno. Tenemos suerte de poder elegir: los palestinos no tienen esa oportunidad. Además, un israelí y un palestino que alquilen el coche en el mismo día y por el mismo periodo de tiempo no pagan lo mismo. Los impuestos son menores para los primeros que para los segundos.

Dos personas cruzan un punto de control para peatones.
Foto: Pelu Vidal
Los obstáculos para desplazarse por carretera son constantes. En ciudades como Jerusalén hay taxistas nos preguntan cuál es nuestro destino antes de que subamos al coche. Algunos rechazan cubrir el servicio; en esta tierra hay mucho miedo, y no es irracional. Por esta razón, dos miembros de este equipo tuvieron que apearse de un taxi antes de llegar a su destino hace unos días. Se vieron obligados a cruzar un checkpoint a pie. Ocurrió en un acceso a Ramallah, a unos cuantos metros del muro construido por Israel sobre el que un artista dibujó los rostros de Yasser Arafat y de Marwan Barghouti.
¿Cómo funcionan los checkpoints? Los que controlan la circulación de vehículos se parecen a los peajes de las autopistas. Cuentan con barreras y con cabinas. El equipo de Agareso no ha tenido que dar explicaciones en ninguno, porque los soldados israelíes, que nunca se separan de sus metralletas, no lo han requerido. Por la noche conviene atravesarlos con las luces de fuera apagadas y con la de dentro encendida para que los militares vean las caras de los viajeros. Si deciden hacer bajar a los ocupantes de dos o tres coches aseguran un colapso monumental. Lo peor, en todo caso, no es el atasco. Lo peor de todo esto es la sinrazón.

viernes, 29 de octubre de 2010

La vida a la sombra de un muro de ocho metros

Claire Anastas entre el muro construido por el Gobierno de Israel y su vivienda.
Foto: Pelu Vidal

Mar Mato/Jerusalem

A las afueras de Belén, en una esquina del muro levantado por el Gobierno israelí a pesar de la oposición y condena de la Organización de las Naciones Unidas, una casa de dos plantas con el número 223 resiste a la soledad y al calvario de una mole de ocho metros que le ha quitado la luz y la vida a sus habitantes.

Es de noche pero la familia de Claire Anastas accede a hablar de su problema. Están cansados de esperar, de que cada vez la situación empeore. Su casa, en la actualidad, ha perdido el jardín de antaño, tres de sus cuatro lados están delimitados por el muro israelí y varias cámaras de los militares israelíes apuntan a su actividad como familia cada día.

“Lo peor es que el muro nos aísla completamente en esta esquina. Hemos perdido a nuestros amigos, vecinos... nuestro trabajo”, lamenta Anastas, una mujer cristiana. Cuando se le pide que rememore los últimos años, la sombra en sus ojos relata que “primero, en el año 2000, los israelíes decidieron incluir esta área en su zona militar y nos bloquearon la calle”, que antes era un hervidero de turistas ya que coincide con la ruta a Tierra Santa. Vivimos en medio de los soldados durante mucho tiempo lo que significó cerrar nuestra vida: los clientes dejaron de venir. Teníamos un servicio de souvenirs y regalos para todas las religiones y para turistas. También teníamos un taller-tienda que perdimos”.

“Después, prosigue, decidieron colocar el muro. Mi marido perdió su trabajo como mecánico aquí. Tampoco permiten que vengan muchos extranjeros para que compren, y los necesitamos para sobrevivir".

Ante este calvario, sin embargo, la familia ha optado por quedarse en el lugar en vez de hacer la maleta. “Me prometí a mí misma y a mis hijos que nos quedaríamos aquí para darnos una última oportunidad con el fin de seguir trabajando. Aún tenemos esperanzas en Dios”, pronuncia desde la fortaleza de su alma, cansada de dar entrevistas a medios de todo el mundo, aparecer en National Geographic sin que haya cambiado su situación.

Su esperanza, ahora, reside en sus nuevos proyectos que se sumarán a su actual tienda y B&B. Su idea es crear una cafetería en los bajos de la casa donde tengan lugar actuaciones singulares dirigidas a peregrinos como, por ejemplo, espectáculo de la tradicional danza dabka. "Pero para llevar a cabo todo esto con la comunidad de trabajadores que nos rodea, necesitamos ayuda financiera o algún tipo de apoyo de asociaciones o entidades". Claire Anastas no tira la toalla.


Claire Anastas muestra el Belén que incluye un muro de quita y pon.
Foto: Pelu Vidal

"Sabían que era ayuda humanitaria; los israelíes lo sabían"

Mohammad Nasser Alaeay ante la ambulancia de la Media Luna que sufrió el ataque.
Foto: Pelu Vidal


L. Pérez/Jenín

Situada en Cisjordania, la ciudad de Jenín es conocida por ser una de las más castigadas en los enfrentamientos entre árabes e israelíes. En su campo de refugiados viven miles de personas y, a veces, los niños escuchan cómo sus padres y abuelos recuerdan historias demasiado tristes. Las cuentas de los levantamientos populares son demasiado caras: la Intifada de Al-Aqsa dejó miles de muertos. Cayeron combatientes de ambos pueblos, pero la herencia global de la lucha armada continúa siendo un lastre para los Territorios Palestinos a día de hoy. 


El equipo que Agareso ha desplazado a Oriente Medio visita Jenín para hacer un reportaje. Se acerca a las instalaciones que la Media Luna Roja dedica en esta ciudad a la coordinación de las emergencias. Antes de llegar a las oficinas, en un pequeño solar, el grupo se encuentra con una furgoneta quemada. Alguien comenta que fue objeto de un ataque en el año 2002.
Mohammad Nasser Alaeay está en la entrada del edificio. Era él quien conducía el vehículo. Parece un milagro que alguien pudiera escapar con vida de ese amasijo de hierros. Lo logró, pero dejó en el camino a cuatro compañeros, entre ellos el médico del equipo, cuya fotografía está colgada en una pared de la oficina de la Media Luna. Una historia tremendamente dolorosa.


Mohammad relata que aquel día negro sus servicios fueron requeridos para trasladarse con el resto del equipo a un campo en el que había personas heridas. La asistencia nunca llegó a su destino. Un tanque se cruzó en el camino de la ambulancia y le lanzó un proyectil. Los soldados pasaron por encima de la legislación internacional: “Sabían que era ayuda humanitaria; los israelíes lo sabían”, manifiesta. Sufrió quemaduras de gravedad en todo el cuerpo y perdió dos dedos de una mano. Y tuvo que ver cómo sus compañeros morían a su lado.

“Sin concesiones, ni palestinos ni judíos tendremos futuro”

Los dos presidentes del Peace Forum en Belén.
Foto: Pelu Vidal

Mar Mato/Jerusalem

Samam Juri pasó ocho años de su vida en prisión acusado de actos terroristas por su participación en “diferentes organizaciones marxistas”, explica. “La razón -añade- por la que sólo pasé ocho años en la cárcel (en la actualidad hay palestinos que superan las tres décadas encerrados en penales israelíes) es porque nunca creí en las armas; yo creía en el poder de la mente”.

En la actualidad, Juri es copresidente del Peace NGO Forum (Foro por la paz) junto a la israelí Jael Patir. Su organización forma parte de la Coalición de Madrid, una reunión de un centenar de asociaciones de ambos lados cuyo fin máximo es trabajar para poner fin al conflicto con el apoyo de la Asamblea de Cooperación por la Paz (ACPP).

En Belén, bajo un madroño y compartiendo banco, ambos hablan del futuro y cómo éste depende del diálogo y de un cambio en la mentalidad de ambos pueblos. Para preparar a palestinos y judíos para ello, la organización (que aglutina a un centenar de asociaciones de ambos lados) trabajan con proyectos “de educación, derechos humanos, investigación... “Lo hacemos -señala la judía Jael Patir- por el bien de nuestro futuro, por la posibilidad de tener un futuro en paz. Necesitamos compartir esta tierra, hay que asegurar una buena educación para todos, un buen sistema económico para todos y los mismos derechos para todos. Eso sólo se puede conseguir trabajando juntos”.

Juri coincide recalcando cómo los grupos del Foro (que pertenece a la Coalición de Madrid auspiciada por ACPP) visitan escuelas para “tratar de educar a los niños de manera que no vivan con miedo y odio. Lo que pretendemos es cambiar el curriculum en las aulas, para obligar a ambos sistemas educativos a tener clases sobre paz”.

Aunque, a priori, los objetivos y métodos de esta organización resultan positivos para un futuro sin sangre, el palestino Samam Juri reconoce que “hay una oposición contra lo que hacemos; no es un rechazo categórico sino que se debe a que la gente considera que hay una limitación a la hora de que la sociedad civil pueda cooperar mientras dure la ocupación”.

Juri explica que, “para muchos palestinos, el principal objetivo del diálogo es acabar con la ocupación. Incluso cuando seamos dos sociedades independientes en el futuro necesitaremos cooperación en la sociedad civil para resolver problemas que ambos lados van a tener”. Este hombre está convencido de que “la violencia no va a parar hasta que tengamos dos estados independientes”.

La judía Jael Patir apunta también a la clase política. “En términos generales, los políticos israelíes saben que hay que acabar con la ocupación y que ese es el principal problema pero nadie cree que se pueda conseguir. Ese es nuestro trabajo, demostrar que es posible. Para los políticos israelíes es más importante mantener su escaño en el Parlamento, centrarse en conseguir votos en cada convocatoria de elecciones. Se centran mucho en tratar de convencer a la mayoría de la población aumentando su miedo para prometerles que ellos la van a proteger. Este es uno de los problemas de Israel. No obstante, creo que los israelíes son cada vez más conscientes de que otra forma de hacer concesiones; de otra forma no tendremos futuro”, concluye.

Reverso: ojalá


Una mujer palestina saca pan del horno para invitar al equipo de Agareso.
Foto: Pelu Vidal
L. Pérez/Jenín

Quieren compartir contigo todo lo que es suyo. Café, pan, humus… En Hebrón, Jenín, Jerusalén, Ramallah... No hay una casa palestina de la que hayamos salido sin antes sentarnos alrededor de una pequeña mesa a conversar, con o sin grabadoras. Su hospitalidad parece infinita. Ésa es la sensación de todo el equipo de Agareso
Estamos de visita en una casa de Jenín, una de las urbes más castigadas por las Intifadas… En este lugar son muchas las madres que han perdido a un hijo, los hijos que han perdido a su padre y los jóvenes que vieron cómo morían sus hermanos. Es una historia triste. Pero sus habitantes no pierden la sonrisa. Son corteses y amistosos, en sintonía con casi todos los palestinos a los que nos acercamos en nuestra ruta a bordo de un todoterreno de Asamblea de Cooperación por la Paz.
Entramos en esta vivienda para hacer una entrevista a un joven con discapacidad. Nos ha recibido con su madre, sus hermanas y otros parientes. Nos invitan a sentarnos y, rápidamente, la mesa se llena de pequeños vasos de té, agua, aceitunas, pan… También quieren compartir conversación, saber de dónde venimos, si nuestras casas están cerca de Madrid o de Barcelona, cuánto tiempo nos queda en este viaje, en qué lugar dormimos… Nos muestran los lugares en los que preparan el pan y nos indican, a base de señas, cómo sacan el aceite de las aceitunas.

Una mujer camina con el cuerpo totalmente cubierto.
Foto: Pelu Vidal
Un extranjero es aire nuevo para una ciudadanía que prácticamente vive aislada del resto del mundo. Quieren romper esas barreras. Pero en otros lugares, donde la presión israelí es mayor, son los propios palestinos los que meten la llave en el cerrojo. Se quedan dentro, con su religión y con sus tradiciones. En Gaza, pensar en una mujer es pensar en un ser sin identidad. Los burkas se multiplican con respecto a los que hemos visto en otros lugares que hemos visitado, y no por dos ni por tres. Y las adolescentes, madres y abuelas caminan por las desordenadas y ruidosas calles, pasan por delante de tiendas que muestran, colgadas en cuerdas, escotadas camisetas de colores y minifaldas. Prendas de vestir que entrarán en algunas viviendas para no volver a ver la luz del sol. O tal vez sí, quizás algún día sí. Ojalá.

jueves, 28 de octubre de 2010

Una casa adorada por los bulldozers


Restos de una casa demolida por los israelíes.
Foto: Pelu Vidal

L. Pérez/Jerusalén

Hashem Yamaini tiene miedo. Su vivienda familiar –en la que viven doce personas– entra dentro de los cómputos que maneja la organización coordinada por Jeff Halper y Meir Margalit, los dos coordinadores del Israel Committee Against House Demolitions (ICAHD). El Comité israelí contra la demolición de casas es una de las organizaciones que forma parte de la Coalición de Madrid promovida por la Asamblea de Cooperación por la Paz. Lucha por detener los derribos de las casas que ordena el gobierno de Israel. El protagonista de esta historia ha visto en cinco ocasiones cómo su casa, ubicada a las afueras de Jerusalén, era el objeto de trabajo de los bulldozers.
Hashem construyó su primera vivienda en el año 1990. Procedente de un pueblo cercano a la ciudad de Hebrón, es el propietario de la finca rodeada por una gran cantidad de escombros. No hace falta ser un gran observador para darse cuenta de que aquí no se cumplen los Objetivos del Milenio. Hashem Yamaini lo sabe: "Esto no es humano", manifiesta.


En el desesperante currículum de su vivienda no sólo pesan los intereses que persigue Israel al demoler casa. También la desidia de las autoridades palestinas, ante las cuales es necesario tramitar la licencia de construcción. "Durante un tiempo fui a la oficina para preguntar cómo iba la petición, si había avanzado algo. Me decían que volviera el día siguiente". Un día se cansó, reclamó los papeles que había entregado y se enteró de que alguien los había extraviado.
Hashem Yamaini delante de su casa, al lado de un olivo y de una piedra tallada con versos del Corán.
Foto: Pelu Vidal

Hashem no puede responder cuando se le pregunta qué pasó por su cabeza cuando vio que las máquinas rompían su casa: "Es una situación muy dura para describirla". Ocurrió por última vez hace tres años, pero su miedo no tiene cura. Sufrió un infarto que le incapacitó para dedicarse a su trabajo habitual. Vive esperando que un grupo de hombres aparezca en su finca y rodee su vivienda. Como en Gaza, como en Hebrón, como en tantos otros sitios... Pasan los días y toda Palestina espera.



“Cuando los medios están presentes, los isralíes no son tan violentos”

Fadi Quran,en Hebrón, relata cómo fue arrestado por militares  israelíes por participar
en una protesta pacífica en Nabi Saleh. Foto: Pelu Vidal
Mar. M/Hebrón. 

Las manifestaciones pacíficas de las gentes de Nabi Saleh casi siempre se saldan con arrestos. Entre los últimos detenidos, Fadi Quran, con el que coincidimos varios días después en Hebrón en otra protesta.

A escasos metros de la calle Shuhada, pero en la zona árabe, relata cómo se libró de acabar en prisión. “Después de ser arrestados, nos esposaron y nos llevaron a la zona militar. Durante tres o cuatro horas, mi amigo y yo estuvimos allí. Ellos (los israelíes) se negaron a darnos comida, agua, ni siquiera nos explicaron por qué habíamos sido arrestados. Simplemente, nos comunicaron que un vehículo militar nos llevaría y que tenían pruebas de que habíamos sido violentos contra los soldados israelíes, lo que era falso”.

El interrogatorio fue visto por el equipo de Agareso desde la carretera cuando abandonaba Nabi Saleh y pasaba los controles del Ejército israelí. En ese momento, uno de los jóvenes permanecía en cunclillas en una ladera de la colina descansando la espalda contra una roca; mientras otro se encontraba de pie respondiendo a varios soldados.

“Nos acusaron de cometer un delito y nos aseguraron que tenían pruebas para demostrarlo. Yo me defendí alegando que tenía pruebas para mostrar lo contrario. Les dije que unos amigos míos lo habían grabado todo y que si era detenido finalmente subirían el vídeo a YouTube. Además, el tío de mi amigo tiene buenos contactos con abogados. Este llamó al comando y les dijo que no habíamos hecho nada. Aún así, reiteraron que nos llevaría un vehículo militar a otro lado. Les respondí: ‘Nosotros estamos trabajando por una buena causa, así que no me importa que me metan en prisión durante 30 años”. Tras tiras y aflojas, el joven fue liberado.
Días después del incidente, Fadi Quran (abogado y empresario) reflexiona sobre lo acontecido en Nabi Saleh. “La presencia de los medios de comunicación es muy importante para nuestra lucha porque, ante ellos, los israelíes no son tan violentos con nosotros como cuando no hay cámaras”, señala. A continuación, añade: “El día de mi detención, después de que los medios abandonaran el pueblo, los soldados volvieron y quemaron tres casas con las bombas de gas. También tomaron una vivienda que, en principio, ocuparán durante 45 días”.


"No entren, fuera; no entren, fuera"

Un grupo de pescadores en Gaza.
L.P.

L. Pérez/Gaza
Es difícil imaginar qué supuso para los palestinos recuperar la playa de la Franja. De sus explicaciones se deduce que se sienten afortunados por poder disfrutar de un lugar al que antes tenían el acceso vetado. Fortuna sólo relativa, porque unas millas más allá de la línea de costa están los barcos del ejército israelí encargados de velar por el cumplimiento del bloqueo marítimo a esta zona de los territorios palestinos.
Las embarcaciones militares de Israel están a unos seis kilómetros de la costa. Los barcos de Gaza pueden adentrarse en el mar 5,5 kilómetros (tres millas náuticas), una cantidad que ahoga a los pescadores de la Franja. “No hay pescado en esas tres millas. Está mar adentro”, manifiestan unos hombres que muestran las capturas del día: no hay ni diez ejemplares en su pequeña barca. Otros han tenido algo más de suerte.
Intentar avanzar hacia los barcos israelíes es jugarse la vida. Perder su pequeño bote en un tiroteo es lo mínimo que le puede suceder a un pescador atrevido. Las advertencias que reciben del ejército son contundentes: “No entren, fuera; no entren, Fuera”. Quienes nunca llegaron a internarse fueron los integrantes de la Flotilla de la Libertad, la expedición que saltó a la primera plana de los periódicos de más de medio mundo cuando fue interceptada por Israel en un intento de llevar ayuda humanitaria a los palestinos. En Gaza se recuerda a los fallecidos porque sus nombres están escritos en un lugar público. Sucedió en esta misma costa. Han pasado algunos meses. Gaza sigue pasando hambre. 

miércoles, 27 de octubre de 2010

Reverso: Apretón de manos entre un judío y un palestino en Sheik Jarrah

Mar M./Jerusalem

Sheik Jarrah no es la calle Shuhada de Hebrón -la vía reservada únicamente a judíos y que desde hace años ha cerrado el paso de los palestinos a esa parte de la ciudad en otra hora suya- onde el silencio y la elevada presencia de militares israelíes hace temblar hasta las rocas. Sheik Jarrah es un barrio humilde donde no crece la hierba y donde judíos y palestinos libran una batalla sin que se vea ni un policía ni un militar en una mañana de martes. 

Conocer a Maryam Gawi bajo la higuera que la recibe todos los días en su protesta pacífica invita a la reflexión. Al mediodía, otra mujer desahuciada llega con sus hijos para comer allí en un picnic en el que no falta el humus.

Conforme pasa el tiempo, una se da cuenta de por qué no tienen ganas de hablar con periodistas. “Aquí viene todo el mundo pero no se soluciona nada”, se queja. No le falta razón. En cuestión de 10 minutos, un minibús cargado de occidentales con cámara fotográfica en mano comienza a sacarle fotos a ella y a sus compañeras así como a las casas mientras un guía-activista relata la historia. Es un ejemplo del creciente turismo solidario. El Icahd (The Israeli Committee Against House Demolitions) por ejemplo organiza tours semanales ofreciendo a los visitantes una ruta "con una visión crítica de la ocupación israelí".

Visitantes en Sheik Jarrah, tras bajarse de un minibús, atienden a la explicación del guía y sacan fotos a las mujeres que protestan en silencio en la zona. Foto: Pelu Vidal

Una hora después, el equipo de Agareso también se marcha con esa sensación de duda, cada vez más reiterada, de si estas familias palestinas desahuciadas tendrán un futuro mejor.

Nahaman Levi (dcha) en el centro de peregrinación judío de Shimon Hatzadik, en Jerusalén Este. Foto: Pelu Vidal

A unos 100 metros, varios judíos y judías oran en la tumba de Simeón el Justo (Shimon Hatzadik)
ajenos a Maryam, en un lugar de peregrinaje israelí. Entre ellos, se encuentra Nahaman Levi, quien explica que “nosotros no tenemos ningún problema con los palestinos”.

“Mire ese hombre (asegura señalando con la mirada hacia el barrendero del centro), no es judío, trabaja para nosotros y es nuestro amigo. Aquí me tiene hablando con él (en referencia al taxista palestino que ha hecho de intérprete). ¿Nos estamos peleando? No. Nosotros venimos aquí a rezar. Lo que pasa en el barrio es una cuestión política que no nos interesa. A nosotros, sólo nos interesa la religión”, explica este judío ortodoxo que se despide del taxista palestino con un apretón de manos.

Edificio a donde acuden a orar judíos en la supuesta tumba de Simeón el Justo. Foto: Pelu Vidal

Desahuciados palestinos y nuevos habitantes judíos, a dos metros de distancia

La palestina Maryam Gawi, ante la casa en la que vivió 50 años y que le fue expropiada para entregarla a familias israelíes. Foto: Pelu Vidal


Mar Mato/Jerusalem

Uno de los puntos más calientes en la confrontación entre palestinos y judíos en Jerusalén es el barrio de Sheik Jarrah, en Jerusalén Este. Desde la década de los 70, este lugar ha visto cómo se ha incrementado la población de judíos con la llegada de nuevos habitantes. De hecho, el Gobierno de Israel anunció este mismo año  que tiene previsto construir nuevos edificios en la zona, destinados a familias judías. 

Uno de los vecinos de esta área es el joven judío Daniel Bronshtein, quien se niega a que lo fotografíen. Un juez entregó a su familia la casa en la que actualmente vive.

Vivienda en la que habita Daniel Bronshtein. Foto: Pelu Vidal
La vivienda hasta ese momento acogía a una familia árabe que fue desahuciada. Según Bronshtein, “en este barrio hasta 1929, vivían sólo judíos que en 1936 fueron expulsados por los árabes escapando hacia Jerusalén oeste. Bajo la ley de Israel, quien vive en una casa antes de 1968, si paga cada mes un alquiler, no puede ser expulsado, pero si deja de pagar, tiene que abandonarla. El vecino anterior dejó de pagar”.

La Civic Coalition for Defending Palestinian Rights in Jerusalem recuerda, en sus folletos, que en su momento (1956) los ancestros de estas familias eran refugiados a los que el gobierno jordano –que antes mandaba en la zona este de Jerusalén- con el beneplácito de Naciones Unidas prometió entregarles un título de propiedad de las viviendas si pagaban una mensualidad durante tres años. Dicho certificado nunca les fue expedido a los palestinos.

Cuando a Bronshtein, se le pregunta por las manifestaciones que organizaciones como el Icahd (organización con la que colabora ACPP) apoyan en el vecindario cada viernes para protestar contra los denominados asentamientos de colonos judíos, el joven asegura mirando sin dureza con sus ojos verdes que “no tenemos problemas con nuestros vecinos palestinos, pero sí tenemos con la gente que viene a las manifestaciones”.

Sobre estas, añade que “no presto atención a las protestas porque según el juzgado esta casa es nuestra. No es un problema político, sino una resolución de un juez que nos ha dado esta vivienda”.

Maryam Gawi (dcha): “Cuando veo a los colonos en mi casa, andando por ella,
siento como si anduviesen sobre mi corazón”. Foto: Pelu Vidal


A pocos metros de su jardín, en el que apenas queda un rastro de hierba, la madre del anterior propietario de la casa permanece sentada bajo un higuera junto a otras mujeres. A algunas les han expropiado las casas, otras se muestran tranquilas sobre el futuro de las suyas.

“Cuando veo a los colonos en mi casa, andando por ella, siento como si anduviesen sobre mi corazón”, explica Maryam Gawi desde la tristeza de sus ojos verdes. El 2 de agosto de 2009, fue desahuciada junto al resto de su familia de una casa situada frente a la de Bronshtein y en la que había vivido durante 50 años.

Desde ese día, vivieron en tiendas de campaña sobre la acera durante cuatro meses, tiendas que “fueron retiradas por las autoridades israelíes de Jerusalén 17 veces”. Como añadido, recibieron una multa por ocupación de terreno público. Ahora, la mujer vive en un piso alquilado a unos kilómetros de su antigua casa.

Cada día, de ocho de la mañana a diez de la noche, se sienta en una silla de plástico frente a su ex vivienda como medida de presión. No es raro ver grupos de turistas solidarios sacándole fotos y recibiendo información. Ella misma reparte unos folletos sobre la historia de los desahucios de Sheik Jarrah.

“Tenemos documentos que se remontan a la época turca sobre la propiedad de estas casas pero los israelíes tienen otros diferentes que dicen demostrar que esta tierra les pertenece. Fuimos muchas veces a juicio, pensé que iba a ganar pero los extremistas en el Parlamento lo cambiaron todo, incluso la mente del juez que acabó yendo contra mí”, lamenta Maryam Gawi.