Presentación

Las otras voces de Israel y Palestina Este blog nace de un proyecto entre y -dentro de Las otras voces de Israel y Palestina - con el fin de visibilizar el trabajo de organizaciones israelíes y palestinas para rematar el conflicto y conseguir igualdad de derechos. Explicar sólo estas iniciativas dejaría a alguien ajeno a la situación de Gaza y Cisjordania sin comprender el escenario. Por ello, esta bitácora incluye también historias personales de ambos lados con el fin de que el conocimiento entre todos mantenga fuerte el diálogo.

sábado, 30 de octubre de 2010

El conflicto en las carreteras

Un grupo de soldados pasea por una playa del Mar Muerto.
Foto: Pelu Vidal
L. Pérez/Ramallah

Llegar a la playa del Mar Muerto desde Jerusalén es relativamente fácil. El regreso es mucho más complicado porque en Israel apenas hay carteles que indiquen cuál es la dirección que debe tomar un viajero para dirigirse a una ciudad de los Territorios Palestinos. El equipo de Agareso ha recorrido cientos de kilómetros a bordo de un coche de alquiler sin sufrir ningún sobresalto hasta el momento.


La matrícula del coche no es blanca­. Aquí hay que optar por un color: una placa amarilla nos permite movernos por Israel y por los Territorios Palestinos. Nuestra capacidad de movimiento se vería muy mermada con una verde, porque únicamente podríamos desplazarnos por las ciudades árabes y su entorno. Tenemos suerte de poder elegir: los palestinos no tienen esa oportunidad. Además, un israelí y un palestino que alquilen el coche en el mismo día y por el mismo periodo de tiempo no pagan lo mismo. Los impuestos son menores para los primeros que para los segundos.

Dos personas cruzan un punto de control para peatones.
Foto: Pelu Vidal
Los obstáculos para desplazarse por carretera son constantes. En ciudades como Jerusalén hay taxistas nos preguntan cuál es nuestro destino antes de que subamos al coche. Algunos rechazan cubrir el servicio; en esta tierra hay mucho miedo, y no es irracional. Por esta razón, dos miembros de este equipo tuvieron que apearse de un taxi antes de llegar a su destino hace unos días. Se vieron obligados a cruzar un checkpoint a pie. Ocurrió en un acceso a Ramallah, a unos cuantos metros del muro construido por Israel sobre el que un artista dibujó los rostros de Yasser Arafat y de Marwan Barghouti.
¿Cómo funcionan los checkpoints? Los que controlan la circulación de vehículos se parecen a los peajes de las autopistas. Cuentan con barreras y con cabinas. El equipo de Agareso no ha tenido que dar explicaciones en ninguno, porque los soldados israelíes, que nunca se separan de sus metralletas, no lo han requerido. Por la noche conviene atravesarlos con las luces de fuera apagadas y con la de dentro encendida para que los militares vean las caras de los viajeros. Si deciden hacer bajar a los ocupantes de dos o tres coches aseguran un colapso monumental. Lo peor, en todo caso, no es el atasco. Lo peor de todo esto es la sinrazón.

viernes, 29 de octubre de 2010

La vida a la sombra de un muro de ocho metros

Claire Anastas entre el muro construido por el Gobierno de Israel y su vivienda.
Foto: Pelu Vidal

Mar Mato/Jerusalem

A las afueras de Belén, en una esquina del muro levantado por el Gobierno israelí a pesar de la oposición y condena de la Organización de las Naciones Unidas, una casa de dos plantas con el número 223 resiste a la soledad y al calvario de una mole de ocho metros que le ha quitado la luz y la vida a sus habitantes.

Es de noche pero la familia de Claire Anastas accede a hablar de su problema. Están cansados de esperar, de que cada vez la situación empeore. Su casa, en la actualidad, ha perdido el jardín de antaño, tres de sus cuatro lados están delimitados por el muro israelí y varias cámaras de los militares israelíes apuntan a su actividad como familia cada día.

“Lo peor es que el muro nos aísla completamente en esta esquina. Hemos perdido a nuestros amigos, vecinos... nuestro trabajo”, lamenta Anastas, una mujer cristiana. Cuando se le pide que rememore los últimos años, la sombra en sus ojos relata que “primero, en el año 2000, los israelíes decidieron incluir esta área en su zona militar y nos bloquearon la calle”, que antes era un hervidero de turistas ya que coincide con la ruta a Tierra Santa. Vivimos en medio de los soldados durante mucho tiempo lo que significó cerrar nuestra vida: los clientes dejaron de venir. Teníamos un servicio de souvenirs y regalos para todas las religiones y para turistas. También teníamos un taller-tienda que perdimos”.

“Después, prosigue, decidieron colocar el muro. Mi marido perdió su trabajo como mecánico aquí. Tampoco permiten que vengan muchos extranjeros para que compren, y los necesitamos para sobrevivir".

Ante este calvario, sin embargo, la familia ha optado por quedarse en el lugar en vez de hacer la maleta. “Me prometí a mí misma y a mis hijos que nos quedaríamos aquí para darnos una última oportunidad con el fin de seguir trabajando. Aún tenemos esperanzas en Dios”, pronuncia desde la fortaleza de su alma, cansada de dar entrevistas a medios de todo el mundo, aparecer en National Geographic sin que haya cambiado su situación.

Su esperanza, ahora, reside en sus nuevos proyectos que se sumarán a su actual tienda y B&B. Su idea es crear una cafetería en los bajos de la casa donde tengan lugar actuaciones singulares dirigidas a peregrinos como, por ejemplo, espectáculo de la tradicional danza dabka. "Pero para llevar a cabo todo esto con la comunidad de trabajadores que nos rodea, necesitamos ayuda financiera o algún tipo de apoyo de asociaciones o entidades". Claire Anastas no tira la toalla.


Claire Anastas muestra el Belén que incluye un muro de quita y pon.
Foto: Pelu Vidal

"Sabían que era ayuda humanitaria; los israelíes lo sabían"

Mohammad Nasser Alaeay ante la ambulancia de la Media Luna que sufrió el ataque.
Foto: Pelu Vidal


L. Pérez/Jenín

Situada en Cisjordania, la ciudad de Jenín es conocida por ser una de las más castigadas en los enfrentamientos entre árabes e israelíes. En su campo de refugiados viven miles de personas y, a veces, los niños escuchan cómo sus padres y abuelos recuerdan historias demasiado tristes. Las cuentas de los levantamientos populares son demasiado caras: la Intifada de Al-Aqsa dejó miles de muertos. Cayeron combatientes de ambos pueblos, pero la herencia global de la lucha armada continúa siendo un lastre para los Territorios Palestinos a día de hoy. 


El equipo que Agareso ha desplazado a Oriente Medio visita Jenín para hacer un reportaje. Se acerca a las instalaciones que la Media Luna Roja dedica en esta ciudad a la coordinación de las emergencias. Antes de llegar a las oficinas, en un pequeño solar, el grupo se encuentra con una furgoneta quemada. Alguien comenta que fue objeto de un ataque en el año 2002.
Mohammad Nasser Alaeay está en la entrada del edificio. Era él quien conducía el vehículo. Parece un milagro que alguien pudiera escapar con vida de ese amasijo de hierros. Lo logró, pero dejó en el camino a cuatro compañeros, entre ellos el médico del equipo, cuya fotografía está colgada en una pared de la oficina de la Media Luna. Una historia tremendamente dolorosa.


Mohammad relata que aquel día negro sus servicios fueron requeridos para trasladarse con el resto del equipo a un campo en el que había personas heridas. La asistencia nunca llegó a su destino. Un tanque se cruzó en el camino de la ambulancia y le lanzó un proyectil. Los soldados pasaron por encima de la legislación internacional: “Sabían que era ayuda humanitaria; los israelíes lo sabían”, manifiesta. Sufrió quemaduras de gravedad en todo el cuerpo y perdió dos dedos de una mano. Y tuvo que ver cómo sus compañeros morían a su lado.

“Sin concesiones, ni palestinos ni judíos tendremos futuro”

Los dos presidentes del Peace Forum en Belén.
Foto: Pelu Vidal

Mar Mato/Jerusalem

Samam Juri pasó ocho años de su vida en prisión acusado de actos terroristas por su participación en “diferentes organizaciones marxistas”, explica. “La razón -añade- por la que sólo pasé ocho años en la cárcel (en la actualidad hay palestinos que superan las tres décadas encerrados en penales israelíes) es porque nunca creí en las armas; yo creía en el poder de la mente”.

En la actualidad, Juri es copresidente del Peace NGO Forum (Foro por la paz) junto a la israelí Jael Patir. Su organización forma parte de la Coalición de Madrid, una reunión de un centenar de asociaciones de ambos lados cuyo fin máximo es trabajar para poner fin al conflicto con el apoyo de la Asamblea de Cooperación por la Paz (ACPP).

En Belén, bajo un madroño y compartiendo banco, ambos hablan del futuro y cómo éste depende del diálogo y de un cambio en la mentalidad de ambos pueblos. Para preparar a palestinos y judíos para ello, la organización (que aglutina a un centenar de asociaciones de ambos lados) trabajan con proyectos “de educación, derechos humanos, investigación... “Lo hacemos -señala la judía Jael Patir- por el bien de nuestro futuro, por la posibilidad de tener un futuro en paz. Necesitamos compartir esta tierra, hay que asegurar una buena educación para todos, un buen sistema económico para todos y los mismos derechos para todos. Eso sólo se puede conseguir trabajando juntos”.

Juri coincide recalcando cómo los grupos del Foro (que pertenece a la Coalición de Madrid auspiciada por ACPP) visitan escuelas para “tratar de educar a los niños de manera que no vivan con miedo y odio. Lo que pretendemos es cambiar el curriculum en las aulas, para obligar a ambos sistemas educativos a tener clases sobre paz”.

Aunque, a priori, los objetivos y métodos de esta organización resultan positivos para un futuro sin sangre, el palestino Samam Juri reconoce que “hay una oposición contra lo que hacemos; no es un rechazo categórico sino que se debe a que la gente considera que hay una limitación a la hora de que la sociedad civil pueda cooperar mientras dure la ocupación”.

Juri explica que, “para muchos palestinos, el principal objetivo del diálogo es acabar con la ocupación. Incluso cuando seamos dos sociedades independientes en el futuro necesitaremos cooperación en la sociedad civil para resolver problemas que ambos lados van a tener”. Este hombre está convencido de que “la violencia no va a parar hasta que tengamos dos estados independientes”.

La judía Jael Patir apunta también a la clase política. “En términos generales, los políticos israelíes saben que hay que acabar con la ocupación y que ese es el principal problema pero nadie cree que se pueda conseguir. Ese es nuestro trabajo, demostrar que es posible. Para los políticos israelíes es más importante mantener su escaño en el Parlamento, centrarse en conseguir votos en cada convocatoria de elecciones. Se centran mucho en tratar de convencer a la mayoría de la población aumentando su miedo para prometerles que ellos la van a proteger. Este es uno de los problemas de Israel. No obstante, creo que los israelíes son cada vez más conscientes de que otra forma de hacer concesiones; de otra forma no tendremos futuro”, concluye.

Reverso: ojalá


Una mujer palestina saca pan del horno para invitar al equipo de Agareso.
Foto: Pelu Vidal
L. Pérez/Jenín

Quieren compartir contigo todo lo que es suyo. Café, pan, humus… En Hebrón, Jenín, Jerusalén, Ramallah... No hay una casa palestina de la que hayamos salido sin antes sentarnos alrededor de una pequeña mesa a conversar, con o sin grabadoras. Su hospitalidad parece infinita. Ésa es la sensación de todo el equipo de Agareso
Estamos de visita en una casa de Jenín, una de las urbes más castigadas por las Intifadas… En este lugar son muchas las madres que han perdido a un hijo, los hijos que han perdido a su padre y los jóvenes que vieron cómo morían sus hermanos. Es una historia triste. Pero sus habitantes no pierden la sonrisa. Son corteses y amistosos, en sintonía con casi todos los palestinos a los que nos acercamos en nuestra ruta a bordo de un todoterreno de Asamblea de Cooperación por la Paz.
Entramos en esta vivienda para hacer una entrevista a un joven con discapacidad. Nos ha recibido con su madre, sus hermanas y otros parientes. Nos invitan a sentarnos y, rápidamente, la mesa se llena de pequeños vasos de té, agua, aceitunas, pan… También quieren compartir conversación, saber de dónde venimos, si nuestras casas están cerca de Madrid o de Barcelona, cuánto tiempo nos queda en este viaje, en qué lugar dormimos… Nos muestran los lugares en los que preparan el pan y nos indican, a base de señas, cómo sacan el aceite de las aceitunas.

Una mujer camina con el cuerpo totalmente cubierto.
Foto: Pelu Vidal
Un extranjero es aire nuevo para una ciudadanía que prácticamente vive aislada del resto del mundo. Quieren romper esas barreras. Pero en otros lugares, donde la presión israelí es mayor, son los propios palestinos los que meten la llave en el cerrojo. Se quedan dentro, con su religión y con sus tradiciones. En Gaza, pensar en una mujer es pensar en un ser sin identidad. Los burkas se multiplican con respecto a los que hemos visto en otros lugares que hemos visitado, y no por dos ni por tres. Y las adolescentes, madres y abuelas caminan por las desordenadas y ruidosas calles, pasan por delante de tiendas que muestran, colgadas en cuerdas, escotadas camisetas de colores y minifaldas. Prendas de vestir que entrarán en algunas viviendas para no volver a ver la luz del sol. O tal vez sí, quizás algún día sí. Ojalá.

jueves, 28 de octubre de 2010

Una casa adorada por los bulldozers


Restos de una casa demolida por los israelíes.
Foto: Pelu Vidal

L. Pérez/Jerusalén

Hashem Yamaini tiene miedo. Su vivienda familiar –en la que viven doce personas– entra dentro de los cómputos que maneja la organización coordinada por Jeff Halper y Meir Margalit, los dos coordinadores del Israel Committee Against House Demolitions (ICAHD). El Comité israelí contra la demolición de casas es una de las organizaciones que forma parte de la Coalición de Madrid promovida por la Asamblea de Cooperación por la Paz. Lucha por detener los derribos de las casas que ordena el gobierno de Israel. El protagonista de esta historia ha visto en cinco ocasiones cómo su casa, ubicada a las afueras de Jerusalén, era el objeto de trabajo de los bulldozers.
Hashem construyó su primera vivienda en el año 1990. Procedente de un pueblo cercano a la ciudad de Hebrón, es el propietario de la finca rodeada por una gran cantidad de escombros. No hace falta ser un gran observador para darse cuenta de que aquí no se cumplen los Objetivos del Milenio. Hashem Yamaini lo sabe: "Esto no es humano", manifiesta.


En el desesperante currículum de su vivienda no sólo pesan los intereses que persigue Israel al demoler casa. También la desidia de las autoridades palestinas, ante las cuales es necesario tramitar la licencia de construcción. "Durante un tiempo fui a la oficina para preguntar cómo iba la petición, si había avanzado algo. Me decían que volviera el día siguiente". Un día se cansó, reclamó los papeles que había entregado y se enteró de que alguien los había extraviado.
Hashem Yamaini delante de su casa, al lado de un olivo y de una piedra tallada con versos del Corán.
Foto: Pelu Vidal

Hashem no puede responder cuando se le pregunta qué pasó por su cabeza cuando vio que las máquinas rompían su casa: "Es una situación muy dura para describirla". Ocurrió por última vez hace tres años, pero su miedo no tiene cura. Sufrió un infarto que le incapacitó para dedicarse a su trabajo habitual. Vive esperando que un grupo de hombres aparezca en su finca y rodee su vivienda. Como en Gaza, como en Hebrón, como en tantos otros sitios... Pasan los días y toda Palestina espera.



“Cuando los medios están presentes, los isralíes no son tan violentos”

Fadi Quran,en Hebrón, relata cómo fue arrestado por militares  israelíes por participar
en una protesta pacífica en Nabi Saleh. Foto: Pelu Vidal
Mar. M/Hebrón. 

Las manifestaciones pacíficas de las gentes de Nabi Saleh casi siempre se saldan con arrestos. Entre los últimos detenidos, Fadi Quran, con el que coincidimos varios días después en Hebrón en otra protesta.

A escasos metros de la calle Shuhada, pero en la zona árabe, relata cómo se libró de acabar en prisión. “Después de ser arrestados, nos esposaron y nos llevaron a la zona militar. Durante tres o cuatro horas, mi amigo y yo estuvimos allí. Ellos (los israelíes) se negaron a darnos comida, agua, ni siquiera nos explicaron por qué habíamos sido arrestados. Simplemente, nos comunicaron que un vehículo militar nos llevaría y que tenían pruebas de que habíamos sido violentos contra los soldados israelíes, lo que era falso”.

El interrogatorio fue visto por el equipo de Agareso desde la carretera cuando abandonaba Nabi Saleh y pasaba los controles del Ejército israelí. En ese momento, uno de los jóvenes permanecía en cunclillas en una ladera de la colina descansando la espalda contra una roca; mientras otro se encontraba de pie respondiendo a varios soldados.

“Nos acusaron de cometer un delito y nos aseguraron que tenían pruebas para demostrarlo. Yo me defendí alegando que tenía pruebas para mostrar lo contrario. Les dije que unos amigos míos lo habían grabado todo y que si era detenido finalmente subirían el vídeo a YouTube. Además, el tío de mi amigo tiene buenos contactos con abogados. Este llamó al comando y les dijo que no habíamos hecho nada. Aún así, reiteraron que nos llevaría un vehículo militar a otro lado. Les respondí: ‘Nosotros estamos trabajando por una buena causa, así que no me importa que me metan en prisión durante 30 años”. Tras tiras y aflojas, el joven fue liberado.
Días después del incidente, Fadi Quran (abogado y empresario) reflexiona sobre lo acontecido en Nabi Saleh. “La presencia de los medios de comunicación es muy importante para nuestra lucha porque, ante ellos, los israelíes no son tan violentos con nosotros como cuando no hay cámaras”, señala. A continuación, añade: “El día de mi detención, después de que los medios abandonaran el pueblo, los soldados volvieron y quemaron tres casas con las bombas de gas. También tomaron una vivienda que, en principio, ocuparán durante 45 días”.


"No entren, fuera; no entren, fuera"

Un grupo de pescadores en Gaza.
L.P.

L. Pérez/Gaza
Es difícil imaginar qué supuso para los palestinos recuperar la playa de la Franja. De sus explicaciones se deduce que se sienten afortunados por poder disfrutar de un lugar al que antes tenían el acceso vetado. Fortuna sólo relativa, porque unas millas más allá de la línea de costa están los barcos del ejército israelí encargados de velar por el cumplimiento del bloqueo marítimo a esta zona de los territorios palestinos.
Las embarcaciones militares de Israel están a unos seis kilómetros de la costa. Los barcos de Gaza pueden adentrarse en el mar 5,5 kilómetros (tres millas náuticas), una cantidad que ahoga a los pescadores de la Franja. “No hay pescado en esas tres millas. Está mar adentro”, manifiestan unos hombres que muestran las capturas del día: no hay ni diez ejemplares en su pequeña barca. Otros han tenido algo más de suerte.
Intentar avanzar hacia los barcos israelíes es jugarse la vida. Perder su pequeño bote en un tiroteo es lo mínimo que le puede suceder a un pescador atrevido. Las advertencias que reciben del ejército son contundentes: “No entren, fuera; no entren, Fuera”. Quienes nunca llegaron a internarse fueron los integrantes de la Flotilla de la Libertad, la expedición que saltó a la primera plana de los periódicos de más de medio mundo cuando fue interceptada por Israel en un intento de llevar ayuda humanitaria a los palestinos. En Gaza se recuerda a los fallecidos porque sus nombres están escritos en un lugar público. Sucedió en esta misma costa. Han pasado algunos meses. Gaza sigue pasando hambre. 

miércoles, 27 de octubre de 2010

Reverso: Apretón de manos entre un judío y un palestino en Sheik Jarrah

Mar M./Jerusalem

Sheik Jarrah no es la calle Shuhada de Hebrón -la vía reservada únicamente a judíos y que desde hace años ha cerrado el paso de los palestinos a esa parte de la ciudad en otra hora suya- onde el silencio y la elevada presencia de militares israelíes hace temblar hasta las rocas. Sheik Jarrah es un barrio humilde donde no crece la hierba y donde judíos y palestinos libran una batalla sin que se vea ni un policía ni un militar en una mañana de martes. 

Conocer a Maryam Gawi bajo la higuera que la recibe todos los días en su protesta pacífica invita a la reflexión. Al mediodía, otra mujer desahuciada llega con sus hijos para comer allí en un picnic en el que no falta el humus.

Conforme pasa el tiempo, una se da cuenta de por qué no tienen ganas de hablar con periodistas. “Aquí viene todo el mundo pero no se soluciona nada”, se queja. No le falta razón. En cuestión de 10 minutos, un minibús cargado de occidentales con cámara fotográfica en mano comienza a sacarle fotos a ella y a sus compañeras así como a las casas mientras un guía-activista relata la historia. Es un ejemplo del creciente turismo solidario. El Icahd (The Israeli Committee Against House Demolitions) por ejemplo organiza tours semanales ofreciendo a los visitantes una ruta "con una visión crítica de la ocupación israelí".

Visitantes en Sheik Jarrah, tras bajarse de un minibús, atienden a la explicación del guía y sacan fotos a las mujeres que protestan en silencio en la zona. Foto: Pelu Vidal

Una hora después, el equipo de Agareso también se marcha con esa sensación de duda, cada vez más reiterada, de si estas familias palestinas desahuciadas tendrán un futuro mejor.

Nahaman Levi (dcha) en el centro de peregrinación judío de Shimon Hatzadik, en Jerusalén Este. Foto: Pelu Vidal

A unos 100 metros, varios judíos y judías oran en la tumba de Simeón el Justo (Shimon Hatzadik)
ajenos a Maryam, en un lugar de peregrinaje israelí. Entre ellos, se encuentra Nahaman Levi, quien explica que “nosotros no tenemos ningún problema con los palestinos”.

“Mire ese hombre (asegura señalando con la mirada hacia el barrendero del centro), no es judío, trabaja para nosotros y es nuestro amigo. Aquí me tiene hablando con él (en referencia al taxista palestino que ha hecho de intérprete). ¿Nos estamos peleando? No. Nosotros venimos aquí a rezar. Lo que pasa en el barrio es una cuestión política que no nos interesa. A nosotros, sólo nos interesa la religión”, explica este judío ortodoxo que se despide del taxista palestino con un apretón de manos.

Edificio a donde acuden a orar judíos en la supuesta tumba de Simeón el Justo. Foto: Pelu Vidal

Desahuciados palestinos y nuevos habitantes judíos, a dos metros de distancia

La palestina Maryam Gawi, ante la casa en la que vivió 50 años y que le fue expropiada para entregarla a familias israelíes. Foto: Pelu Vidal


Mar Mato/Jerusalem

Uno de los puntos más calientes en la confrontación entre palestinos y judíos en Jerusalén es el barrio de Sheik Jarrah, en Jerusalén Este. Desde la década de los 70, este lugar ha visto cómo se ha incrementado la población de judíos con la llegada de nuevos habitantes. De hecho, el Gobierno de Israel anunció este mismo año  que tiene previsto construir nuevos edificios en la zona, destinados a familias judías. 

Uno de los vecinos de esta área es el joven judío Daniel Bronshtein, quien se niega a que lo fotografíen. Un juez entregó a su familia la casa en la que actualmente vive.

Vivienda en la que habita Daniel Bronshtein. Foto: Pelu Vidal
La vivienda hasta ese momento acogía a una familia árabe que fue desahuciada. Según Bronshtein, “en este barrio hasta 1929, vivían sólo judíos que en 1936 fueron expulsados por los árabes escapando hacia Jerusalén oeste. Bajo la ley de Israel, quien vive en una casa antes de 1968, si paga cada mes un alquiler, no puede ser expulsado, pero si deja de pagar, tiene que abandonarla. El vecino anterior dejó de pagar”.

La Civic Coalition for Defending Palestinian Rights in Jerusalem recuerda, en sus folletos, que en su momento (1956) los ancestros de estas familias eran refugiados a los que el gobierno jordano –que antes mandaba en la zona este de Jerusalén- con el beneplácito de Naciones Unidas prometió entregarles un título de propiedad de las viviendas si pagaban una mensualidad durante tres años. Dicho certificado nunca les fue expedido a los palestinos.

Cuando a Bronshtein, se le pregunta por las manifestaciones que organizaciones como el Icahd (organización con la que colabora ACPP) apoyan en el vecindario cada viernes para protestar contra los denominados asentamientos de colonos judíos, el joven asegura mirando sin dureza con sus ojos verdes que “no tenemos problemas con nuestros vecinos palestinos, pero sí tenemos con la gente que viene a las manifestaciones”.

Sobre estas, añade que “no presto atención a las protestas porque según el juzgado esta casa es nuestra. No es un problema político, sino una resolución de un juez que nos ha dado esta vivienda”.

Maryam Gawi (dcha): “Cuando veo a los colonos en mi casa, andando por ella,
siento como si anduviesen sobre mi corazón”. Foto: Pelu Vidal


A pocos metros de su jardín, en el que apenas queda un rastro de hierba, la madre del anterior propietario de la casa permanece sentada bajo un higuera junto a otras mujeres. A algunas les han expropiado las casas, otras se muestran tranquilas sobre el futuro de las suyas.

“Cuando veo a los colonos en mi casa, andando por ella, siento como si anduviesen sobre mi corazón”, explica Maryam Gawi desde la tristeza de sus ojos verdes. El 2 de agosto de 2009, fue desahuciada junto al resto de su familia de una casa situada frente a la de Bronshtein y en la que había vivido durante 50 años.

Desde ese día, vivieron en tiendas de campaña sobre la acera durante cuatro meses, tiendas que “fueron retiradas por las autoridades israelíes de Jerusalén 17 veces”. Como añadido, recibieron una multa por ocupación de terreno público. Ahora, la mujer vive en un piso alquilado a unos kilómetros de su antigua casa.

Cada día, de ocho de la mañana a diez de la noche, se sienta en una silla de plástico frente a su ex vivienda como medida de presión. No es raro ver grupos de turistas solidarios sacándole fotos y recibiendo información. Ella misma reparte unos folletos sobre la historia de los desahucios de Sheik Jarrah.

“Tenemos documentos que se remontan a la época turca sobre la propiedad de estas casas pero los israelíes tienen otros diferentes que dicen demostrar que esta tierra les pertenece. Fuimos muchas veces a juicio, pensé que iba a ganar pero los extremistas en el Parlamento lo cambiaron todo, incluso la mente del juez que acabó yendo contra mí”, lamenta Maryam Gawi.

La playa de Gaza

L. Pérez/Gaza
La población de Khan Younis, en la Franja de Gaza, se siente afortunada. Los ciudadanos pueden disfrutar de la kilométrica playa a la que antes tenían prohibido el paso. La existencia de una colonia judía les obligaba a desplazarse a un arenal de Gaza (ciudad) sin saber si podrían darse un baño: tenían que pasar por un punto de control en el que debían detenerse durante varias horas. El bloqueo israelí les obliga a vivir dentro de un pequeño territorio, pero el mar les aporta sensación de libertad.
Una torre de vigilancia en la playa de Khan Younis.
En el año 2005, la población israelí se vio obligada a dejar Gaza. Los colonos abandonaron la zona y no quisieron dejar recuerdos: los edificios que habían sido construidos en las inmediaciones de una carretera que discurre paralela a la playa fueron destruidos. Tiempo después bombardearon también un antiguo restaurante: estaba siendo utilizado por Hamas. En ocasiones, los soldados del ejército israelí entran en la Franja. Lo que para el extranjero constituye un motivo de sorpresa y de preocupación es para los palestinos algo común.
A ambos lados del vial hay poco más que arena, restos de piedras y algún inmueble construido posteriormente por los palestinos. Hay poca gente: un par de chavales en el agua, algunos pescadores y, más cerca del centro, jóvenes adolescentes que salen del colegio para dirigirse a sus casas.

Monin Al Dwek en una zona en la que antes había edificios.
Disfrutar de este arenal es un placer para los ciudadanos de la Franja, a pesar de la baja calidad del agua, motivada por la falta de depuración de las aguas residuales. “Si los palestinos circulábamos por esta carretera podíamos ser tiroteados y morir, era muy peligroso”, explica el taxista que ejerce de guía, Monin Al Dwek. “La situación es mucho mejor que antes”, manifiesta.

martes, 26 de octubre de 2010

El niño, la madre y el abuelo

L. Pérez/Khan Younis

El niño
El niño necesitaba un tratamiento médico que no podía recibir en Gaza. Los responsables del hospital de la Media Luna Roja de Khan Younis tramitaron una solicitud ante el Ministerio de Salud, con sede en la ciudad de Ramallah, para que pudiese recibir asistencia en Cisjordania. Parte de la ruta discurría por Israel, cuyo gobierno decide sobre el tránsito de ciudadanos enfermos. Algunos pasan, otros no. El criterio que emplean las autoridades para tomar la decisión es un misterio. El niño no obtuvo el permiso. La historia acaba bien porque fue trasladado y operado en Egipto. Otros mueren mientras esperan una respuesta si en la Franja no existen los cuidados que precisan. Gaza es una cárcel.

La madre
Weam El Masri es madre de tres hijos. “En Gaza siempre estamos esperando algo”. Temerosos de que estalle otro conflicto, preocupados por si explota una bomba. La vida transcurre demasiado deprisa para esta mujer que trabaja en el hospital de la Media Luna Roja de la ciudad Khan Younis. Las madres sienten la incertidumbre vital de los habitantes de la Franja con mucha más intensidad: “Cuando tus hijos salen a comprar algo y pasan cinco minutos sólo piensas: Oh, se está retrasando… Se está retrasando”. La mente no descansa, los nervios están a flor de piel y falta la luz: La noche en Gaza es mucho más larga, porque el bloqueo también afecta al suministro eléctrico. Gaza es una cárcel.
El abuelo
Psam Siesalem no tiene empleo. Descansa en el asiento del conductor de un vehículo que está estacionado en el puerto de Gaza. Tiene 51 años. Es padre de seis hombres y dos mujeres y abuelo de dos niños. Le gustaría llevarse a sus hijos y a su familia a otro lugar, pero el bloqueo y la falta de recursos económicos se lo impiden: para volar necesita un permiso que no puede conseguir. “Estamos encerrados aquí, no puedo hacer nada”. Gaza es una cárcel.

Rompiendo el círculo del odio

Mar M./Jerusalem

Ali Abu Awwad fue encarcelado en los años 90. Durante su estancia en la cárcel, mantuvo una huelga de hambre para solicitar una mejora de su condición de vida en la prision israelí . Al final, le dieron la razón. Esta vivencia, sin embargo, no ha sido la peor de su vida. "Cuando mi hermano Yusef fue asesinado por soldados israelíes, yo estaba recibiendo mi tratamiento médico en Arabia Saudí, ya que tengo una rodilla mal por disparos de un colono. Fue en el hospital donde recibí la noticia".

Ali Abu Awwad, durante la entrevista con Agareso a las afueras de Belén. Foto: Pelu Vidal


Para Awwad, que creció en un campo de refugiados, es imposible rememorar esta historia sin suspirar, tomarse medio segundo de silencio, fijar los ojos en un punto y continuar. "En ese momento, prosigue, no quería vivir más. La vida había perdido su belleza y su sabor. Ya no me importaba la tierra palestina, créeme, estaba dispuesto a renunciar a todo con tal de volver a abrazar a Yusef".

Tres meses después, el palestino Ali Abu Awwad fue capaz de acercarse por primera vez a la tumba de su hermano. El siguiente paso fue tomar parte de la asociación The Parent's Circle. En la misma, se encuentra el judío Rami Elhanan.

Elhanan, que participó en tres guerras luchando como soldado israelí, una de ellas la de Yom Kipur donde "de 11 tanques de mi compañía, acabamos la contienda tres", conoce a la perfección el dolor que Awwad siente. Es, exactamente, el mismo que él sufre y que con The Parent´s Circle aprendió a sobrellevar con el fin de aportar su ayuda para lograr el proceso de paz. "Es lo que me da la razón para levantarme cada mañana. De otra manera, no sería capaz de vivir", explica Elhanan.


Rami Elhanan, padre judío que perdió a su hija en un atentado suicida en Jerusalén.


Hace 14 años, este hombre que habita en la zona oeste de Jerusalén -el área de la ciudad con mayor presencia de judíos- perdía a su hija, Smadar, "de 14 años de edad, en un ataque suicida con bomba en Jerusalén". Su primera reunión con la organización The Parent´s Circle (nominada el pasado año al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia) no la olvida. "Tenía 47 años de edad y era la primera vez que, en mi vida, me encontraba con palestinos y, además, sufría como sufría yo, lloraban como lloraba yo... Ahí surgió el cambio".

Uno de los fines de la ONG israelí-palestina es, precisamente, fomentar el encuentro entre padres de ambos bandos que han sufrido una pérdida con el fin de que compartan su historia, sientan empatía y comiencen a conocer al "otro". Las actividades de la organización -con la que colabora la Asamblea de la Cooperación por la Paz (ACPP) también incluyen charlas en institutos, celebración de campos de trabajo para niños con el fin de que la juventud de ambos pueblos se conozca.

"Las dos poblaciones -explica Elhanan- han estado bajo un proceso de lavado de cerebro, un envenenamiento de la mente, ignorando la existencia del otro bando. Yo, antes de la muerte de mi hija, era el producto de la educación israelí. No era muy consciente de los sufrimientos del otro bando, no conocía su lengua, su cultura, su literatura, nada".

Ambos confían plenamente en que la paz llegará para ambos pueblos aunque desconocen cuándo. Sí tienen claro que debe ser la sociedad civil la que luche por ella ya que los políticos, hasta ahora, no han puesto todo su empeño.

Reverso: Beduinos en la ruta a Ramallah

Mar Mato/Ramallah

El espíritu nómada persiste aún en tierras palestinas. En la carretera de Belén a Ramallah, a ambos lados del camino, se agolpan decenas de coches. La música de baile árabe suena con potencia. Las luces del coche descubren en la noche (las ocho de la tarde) una fiesta beduina.

Un joven es alzado al aire durante el baile de la fiesta beduina. Foto: Pelu Vidal


Ashraf, el guía, habla con los beduinos que permiten al equipo de Agareso acceder a la celebración a pesar de que, entre ellos, se encuentra una mujer. Esa noche, se festejaba una boda y la celebración estaba reservada a los hombres. En teoría, ninguna mujer debería estar presente ya que la novia dispone de una noche propia para su fiesta particular con familiares y amigas del mismo sexo.

Las bodas de los beduinos se prolongan durante tres días. En la primera jornada, almuerzan las familias e invitados juntos. En la segunda y tercera, el novio y la novia mantienen su fiesta particular exclusivamente integrada por miembros de su mismo sexo. No falta el tatuaje en henna en una mano del novio y en otra de la novia.

En esta fiesta, destacan sus coreografías, en las que los hombres forman una línea, bien medio círculo, bien una circunferencia tomados de la mano; con momentos en los que uno se sitúa en el centro. También resalta su forma de vestir. Mientras los mayores del campamento visten de forma tradicional y se mantienen recostados sobre las colchonetas mirando el espectáculo, los jóvenes bailan formando, por veces, una rueda, ataviados con pantalones vaqueros y camiseta. El móvil tampoco falta. Las tecnologías también han prendado a estos nómadas del desierto.

Beduinos recostados en sus tiendas durante la celebración de la boda. Foto: Pelu Vidal



Aunque en un principio, la única mujer presente en la fiesta recibe el lanzamiento de dos pequeñas piedras en su trasero que le incomodan, minutos después la hospitalidad beduina aflora al invitarla a pasar a las tiendas y sentarse sobre las colchonetas de motivos florales, entre rojos y aterciopelados cojines. De inmediato, a los nuevos "invitados", se les ofrece café como señal de bienvenida al oasis de música; una muestra más de la hospitalidad palestina.

lunes, 25 de octubre de 2010

Gaza tiene una soga al cuello

Corredor entre los dos puntos que control que hay que superar para llegar a la Franja de Gaza.
Foto: L.P.
 L. Pérez/Gaza

A la población de Gaza le han puesto una soga al cuello. El nudo se puede apretar por mar o por tierra. Si desplazarse por Israel y Palestina es complicado y desalentador, el proceso para entrar en la Franja es una odisea. La solicitud se procesa ante Israel con varios días de antelación. Del equipo que Agareso ha desplazado a Oriente Medio, sólo dos personas consiguen acceder. No hay respuesta para el resto.


No es posible definir en qué consiste un checkpoint hasta que conoce “La Terminal”. Es el punto en el que los periodistas, acompañados por una cooperante de Asamblea de Cooperación por la Paz, están obligados a aparcar su vehículo. El coche no pasa. Una soldado nos pide nuestros pasaportes en una cabina situada al lado del aparcamiento. Avanzamos hasta entrar en un edificio prácticamente vacío, de dimensiones similares al aeropuerto de Peinador.
-          ¿Primera visita a Gaza?
-          ¿Cuántos días?
-          Uno.
-          ¿Trabajo?
-          Cooperante.
Mejor decir cooperante que voluntario; seguimos avanzando. El checkpoint israelí no es el único. Caminamos durante casi diez minutos por el corredor de esta terminal para llegar a otro control, en este caso árabe.  
Gaza es una población que emana tristeza. Desde el taxi se divisa un lugar en el que un grupo de hombres trabaja con piedra: son restos de las casas que fueron demolidas durante el conflicto de 2008-2009. Hay que reutilizarlas, el bloqueo impide la entrada de cemento en la Franja.
Monin Al Dwek, el taxista, nos explica que la zona está en calma, que los tiroteos ya no son comunes. “Nuestro principal problema es que la gente no tiene trabajo, así que hay mucha pobreza”. Preguntado por la última oleada de violencia, responde que fueron momentos muy duros. Lo constatamos en nuestro avance por la carretera hacia la ciudad de Khan Younis: numerosos carteles recuerdan a los fallecidos. El taxista tiene que detener el vehículo porque no le da tiempo a contar: Treinta. Treinta fallecidos en una misma familia.

Un horror de ceras de colores

 
El conflicto armado en Gaza visto por un niño.
Foto: L. Pérez
 L. Pérez/Gaza


Esta pintura está colgada en una de las paredes del despacho de uno de los responsables de la Media Luna Roja Palestina en Gaza. Una vez localizada, sobran las palabras.

En el corazón de Hebrón



Un grupo de judíos ultraortodoxos pasea por el centro del asentamiento al lado de un solado israelí.
Foto: Pelu Vidal
L. Pérez/Hebrón
Hebrón es una de las ciudades más importantes de Cisjordania. Tristemente conocida por sus episodios violentos, esta urbe situada al sur de los territorios palestinos constituye un claro ejemplo del dolor que conlleva la falta de entendimiento entre los pueblos. Es un contexto en el que resulta difícil imaginar la paz.

Punto de control de acceso al asentamiento israelí en Hebron.
Foto: Pelu Vidal

El corazón de Hebrón está tomado por el miedo. El asentamiento judío en el centro de la ciudad  (en la calle Shuhada) motiva la presencia de varios cientos de militares israelíes, que vigilan los accesos a la zona. Sin embargo, las armas no son sólo para los soldados: al mediodía un ciudadano judío ultraortodoxo cruza la calle con una escopeta al hombro. No hay humo, pero es como estar en un lugar que acaba de ser tomado por un ejército tras un conflicto armado.
Ashraf, cooperante de Asamblea de Cooperación por la Paz, acompaña al equipo de Agareso en su expedición por Hebrón. Ashraf es palestino, y nunca antes ha pisado este barrio, en el que los carteles rezan: “Los árabes nos robaron esta tierra”. Dos discursos opuestos. Ashraf explica que la cara de la calle no es la misma desde el cierre de los accesos: “Todo esto porque desemboca en un asentamiento de colonos judíos”, comenta. 
Una vista de la ciudad de Hebrón.
Foto: Pelu Vidal
Unos pasos después, las palestinas que cuelgan de las perchas indican la entrada de los periodistas en la zona árabe. Hay animación en las pequeñas callejuelas, souvenirs y pequeños bares. En algunos lugares del corazón de Hebrón es desagradable mirar al cielo: hay rejas que unen el balcón de una casa con la de enfrente, que alguien se preocupó de colocar para que los ciudadanos que se manifiestan en contra del asentamiento judío no sean golpeados por los objetos que les lanzan los colonos. El agua, en cambio, si se cuela entre los alambres. Y en medio de una protesta pacífica (en esta ocasión no hay jeeps, ni gas lacrimógeno ni humo), el equipo de Agareso encuentra a Amitai Sandy, un ciudadano israelí  que imagina la paz.
 

domingo, 24 de octubre de 2010

Amitai Sandy: "No todos los israelíes son malos"

M.Mato-L.Pérez/Hebron
En la protesta contra el asentamiento judío situado en el corazón de Hebrón nos encontramos con Amitai Sandy, un joven israelí que defiende la causa palestina. Responde a las preguntas de las periodistas de AGARESO en inglés. Consigue que su voz suene más fuerte que el “Free, free Palestine” que corean los manifestantes.


Amitai Sandy lamenta que los únicos israelíes que conocen los niños de Palestina son los soldados.
Foto: Pelu Vidal


Hace unos ocho años que acude a las manifestaciones. Lo tiene muy claro cuando se le preguntan sus razones: "No todos los israelíes son malos y los palestinos lo saben". La presencia de activistas como él en las protestas consigue bajar el potencial de respuesta del ejército israelí. Sus palabras se entremezclan con las de un francés que se ha hecho con el altavoz para explicar que “toda Francia está con la causa palestina”.


Manifestantes en Hebrón protestan contra los colonos judíos.
Foto: Pelu Vidal

La realidad no siempre fue la misma. “La gente mayor trabajaba en Israel, sabía hebreo y conocía a los israelíes. Pero los niños están creciendo en un contexto en el que los únicos israelíes que conocen son los soldados del ejército. Venimos aquí para enseñarles que hay buenos israelíes”.
Comprender o participar en las actividades a favor del pueblo palestino puede ser una importante fuente de problemas para los ciudadanos israelíes: “Soy afortunado porque tengo una familia que no es tan radical como yo, pero no se opone a mis acciones. Entienden que estoy haciendo algo positivo. Otras personas sí que tienen problemas con sus familias”.

REVERSO: Fumando en pipa de agua


Mujeres, en una cafetería de Ramallah. Foto: Pelu Vidal



Mar M./Ramallah

Ramallah, la "capital" administrativa de Palestina, es un hervidero. Una noche, en una cafetería situada en un parque público con plantas y árboles abren los ojos a una sociedad diferente a la que un principio habíamos preconcebido. Al menos, en Cisjordania.

En una mesa cercana, una mujer fuma tabaco mientras sus dos amigas hacen lo mismo con la pipa de agua -sheshah- charlando de sus cosas y del mundo. En otras mesas, se alternan parejas, matrimonios con hijos y más mujeres solas. Todas llevan hijab. La cafetería está animada. En la enorme pantalla de televisión al aire libre, televisan el encuentro de fútbol de la Champions Barça-Copenague.


Seis días en Palestina y muchas ideas preconcebidas sobre la presencia pública de la mujer se caen. Ashref Khader, nuestro guía, explica que la salida de las palestinas a la calle solas depende, principalmente, de lo tradicional que sea la familia. Al menos, en las principales ciudades de Cisjordania. No obstante, reconoce que Ramallah es más permisiva que otras urbes como Hebrón o Belén, consideradas -en general- más tradicionales.


Precisamente, en Hebrón, donde prácticamente no se vende alcohol en los locales, un detalle nos lo demuestra. Dos chicas españolas sentadas en la entrada de una taberna para hombres mayores tomando té con un palestino empiezan a recibir diferentes miradas. El propio Khader lo advierte: "Esa mujer que acaba de pasar os ha mirado mal. Estáis en un lugar donde no están bien vistas las mujeres", en alusión a las mesas exteriores de la taberna. Dentro, los hombres juegan a las cartas, tomán café y un rico té con hierbabuena.

Más mujeres, al pasar, así como hombres miran mal al grupo extranjero. En un momento, un niño pequeño se acerca y toma un taburete libre de la mesa situado entre el palestino y una española. Esta última le recrimina pero el pequeño hace caso omiso. Su padre será quien se siente a partir de ese momento en el asiento, a escasos tres metros de la joven a la que mira de forma desafiante.


Como contrapunto a este detalle, en Ramallah, hay mujeres que mandan en organismos públicos como el ayuntamiento, cuyo máximo responsable es alcaldesa; o como la Media Luna Roja. En esta última, por ejemplo, hay mujeres en los despachos. Desde uno de ellos, Suher Albadarneh dirige el departamento de Capacidad y Rehabilitación. En las organizaciones pacifistas de lucha por la paz, la mujer dispone de un rol especial, en muchos casos como portavoz o dirigente. Estos casos suponen pasos importantes hacia el cumplimiento del Objetivo del Milenio de integración e igualdad de la mujer en la sociedad.



Joven caminando por las calles de Belén. Foto: Pelu Vidal



En cuanto a la vestimenta, muy pocas van totalmente tapadas con burka o niquab, de hecho, en menos de una semana las mujeres vistas con esta prenda no llegan a cinco, y casi todas fueron localizadas en Belén.


Dos mujeres con velo recorren el centro de Belén. Foto: Pelu Vidal